domingo, 13 de abril de 2014

Nueva York: Nudos y líneas: la red (II) -Broadway-

El siguiente paso de Broadway en el cruce con las avenidas, a modo de corte en vena y torrente visual, se sitúa en la Séptima, una confluencia que se extiende a lo largo de cuatro calles (43 a 47) donde luce impresionante Times Square. Este espacio neurálgico es el corazón donde se concentran los grandes teatros y comercios, los carteles luminosos, los anuncios con derroche de luz, color y lo último en tecnología visual, grandes paneles de una nitidez deslumbrante. Todo gira rápido alrededor de esa Plaza del Tiempo que vive un ritmo intenso entre luces artificiales, esas dos torres enfrentadas, una en la 43 y otra en la 47, erigidas como faros que anuncian el desembarco en el puerto del ocio y consumo, del paisaje luminoso, del exagerado cúmulo humano, concentración continua y masa cambiante hipnotizada por este enorme juego de luces y torres de cristal. La Plaza del Tiempo, una olla con sopa en ebullición donde todo se mueve rápido pero uno no avanza, no sale de ese espacio limitado, atrapado en el grumo. En este caldo de cocción, los estímulos se multiplican como burbujas en la superficie y uno zigzaguea aquí y allá, cruza la calle, vuelve sobre sus pasos, sigue hacia adelante, se desvía y vuelve otra vez. En el hotel escribiré:

La ciudad de noche también es tela. Ayer crucé por Times Square antes de retirarme y llegue al hotel con los ojos chiribitas de tanta luz. Es increíble la sobrestimulación que existe para incitar al consumo. Entro por curiosidad en la tienda Disney de dos plantas que hay en la plaza. A la entrada, una empleada que te recibe haciendo chorradas con un muneco de Mickey Mouse. La tienda llena de estanterías, muy iluminada y con musica ambiente. Me llamaron la atención los precios, que me parecieron asequibles. Pack de seis muñequitos, personajes Disney, por 50 dólares

Times Square

En Times Square, hasta la estación de metro se anuncia con luces de neón.

Emprendo un ligero desvío por la 44 hacia el este para admirar las fachadas de los teatros. Es zona de neones, limusinas y glamour nocturno. En uno de los teatros, “The Lion King” luce como una de las ofertas estelares. Vuelvo a Broadway con su cascada de luces y paseo animado. En mi estancia en Nueva York cruzaré varias veces de paso por Times Square a distintas horas y, a plena luz del día, continúa incansable la eterna explosión de luz artificial. Este espacio también alberga la Oficina de Turismo (Visitor's Center que llaman ellos a estos puntos en todo el país), que no oferece nada del otro mundo. Acudiré para pedir un mapa de Central Park y los dos trabajadores sólo me ofrecerán un plano de la ciudad, bastante detallado, pero que es el mismo que se puede adquirir en los hoteles.
A partir de Times Square, siempre hacia el norte, existen dos alternativas; continuar por Boadway o por la Séptima. En esta última, las siguientes cuadras hacia el sur después de Times Square aparecen repletas de tiendas donde venden tecnología nueva y de segunda mano a precios baratos, sobre todo móviles. El iPhone 5 libre, último modelo Apple (la otra manzana), está a 399 dólares, aunque algunas ofertas varían sensiblemente. Merece la pena comparar precios en unos pocos comercios antes de caer en la tentación fatal de la esclavitud tecnológica.
Dejado Times Square el horizonte se cierra hacia el norte en torno a un amontonamiento de rascacielos y así discurre entre la 45 y la 58. De nuevo, los ecos de la gran ciudad tan característicos. En la llegada a la 58, Broadway sale repentinamente de la zona sombría de gigantes a un lado y a otro para abrirse luminosa a un inmenso y despejado paisaje, una zona abierta que comienza en la rotonda Columbus Circle. Más allá, el bosque dentro de la ciudad, la inmensa alfombra verde, el enorme territorio de la tranquilidad, Central Park.
A la izquierda de Columbus Circle, Time Warner Center es un complejo comercial formado por dos rascacielos erigidos la pasada década. Sólo puedo acceder hasta la cuarta planta, donde termina el edificio base que da paso a los rascacielos. El interior de la base de este complejo alberga tiendas de ropa y un lujoso restaurante con amplias cristaleras.


Desde el interior del Time Warner Center uno se sitúa en línea con una de las fronteras más contrastadas de la ciudad. Enfrente, Columbus Circle y, más allá, la calle 60. A un lado, el límite de los rascacielos de Manhattan que se extiende a la derecha de la imagen; a otro lado, el límite de los árboles de Central Park que se extiende a la izquierda.



Broadway continúa incansable hacia el norte y deja de lado Central Park para dirigirse a Lincoln Center, conglomerado de edificios dedicados a las artes plásticas y a la música, con varios auditorios y teatros de corte posmoderno. Broadway abandona su cauce hondo y sombrío rodeado de rascacielos para emergen a una zona de edificios impersonales, colmenas de quince a veinte pisos de altura, moles cuadradas típicas de los ensanches acometidos en las grandes ciudades durante los años 60. Siempre de una anchura considerable, la avenida pasa junto a la Universidad de Columbia (calle 115), con un campus amplio. Curioseo por dentro del edificio de la Facultad de Periodismo de planta redonda. Aulas con ordenadores Apple, los iMac’s de última generación. Dientes largos. Dos meses más tarde, en el avión de vuelta de Nueva York a Madrid compartiré viaje y charla con una andaluza, profesora en la Universidad de Nueva York. Ella destaca el pragmatismo de los estadounidenses y me ofrece un ejemplo ilustrativo. “Cualquier memorándum o informe no debe pasar de las tres páginas. Concreción y síntesis”. Podríamos aprender por estos lares. No hay más que echar un vistazo a los libros de texto que constituyen bibliografía básica de los estudios universitarios o a las tesis doctorales. Se impone el “ladrillo” sin ninguna compasión.

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