jueves, 11 de septiembre de 2014

11-S. El terror.

La historia de Estados Unidos es la historia de un poder que se ha agigantado progresivamente alimentando el miedo a los ciudadanos. Ese miedo legitima la seguridad y el control por parte del poder. El estado dice: “Yo os protejo de vuestros fantasmas y os prometo seguridad”. Seguridad es control y control es falta de libertad. Como digo, seguridad y control legitimados a través del miedo.
Hoy es 11 de setiembre. Este día quiero recuperar una parte del texto que escribí en mi primera entrada de este mismo blog. A cuenta de la seguridad en los vuelos a Nueva York después del 11-S:

Viajo a Nueva York. Llego prevenido al aeropuerto de Barajas en Madrid, de tal modo que, aunque sean las 8:00 de la mañana y apenas haya descabezado un sueñecito en los 470 kilómetros que separan Donostia (salida a las 00:30) del aeropuerto madrileño, uno tiene el ánimo vivo para soportar los rigores del marcaje en corto. Por un lado, el entusiasmo del viaje lo mitiga todo y, por otro, no hay más remedio que aguantar mientras uno piensa que la resignación en masa es el mejor antídoto ante cualquier conato de rebelión contra el sistema.
Total, que desde los altavoces ya se empieza a escuchar aquello de “Pasajeros con vuelo número tal con destino a Nueva York…”. Los avisos nos advierten de que pasemos ya por la zona de seguridad para que la cosa del toqueteo vaya ligera y el vuelo salga a tiempo, con lo cual pasamos de ser viajeros a especímenes perfectamente diferenciados del resto. Esto quiere decir que conviene llegar al aeropuerto dos horas y media antes de la hora señalada para el vuelo que, en este caso, sale a las 12:00. Es el precio por el hecho de osar romper la tranquilidad de los estadounidenses, que se creen dueños y señores de esta pelota que gira en mitad de la nada, y ocurrírsenos penetrar en su territorio que, desde 2001, tiene dos torres menos, las dos torres. Piezas importantes en el tablero internacional del ajedrez. Y lo irónico es que se echan las manos a la cabeza. Una semana más tarde de llegar a la ciudad veo el escenario de cerca (Zona Cero). Un solar de 200 metros cuadrados de desolación, la nada clamando a cielo abierto. Sí, tuvo que ser aparatoso y dramático. En un territorio que había sido un mar de seguridad, de repente, el impresionante choque de los pájaros metálicos contra aquellos gigantes imperturbables, el estallido, el estruendo. De pronto, el caos de sirenas, los movimientos desbocados y en todas direcciones y ver todas aquellas toneladas de metal cayendo con sus inquilinos dentro, el olor acre de la masa quemada, esa enorme masa de carne, cristal, metal, madera, plástico -y qué se yo qué más- violentamente entrelazados en su destino fatal. Y, entonces, los ciudadanos huyendo despavoridos entre unas calles invadidas por una inmensa nube creciente de polvo. Tanta seguridad y el cielo se cae encima. Pero ahí se cruza con rabia el recuerdo de otro 11-S, “sensu estricto", el perpetrado por los yanquis en 1973 cuando la fuerza del poder popular en Chile fue parada en seco por la dictadura de Pinochet. Fue ese periodo de terror inaugurado con el impactante asalto por tierra, aire -y mar en Valparaíso- y destrucción del Palacio de La Moneda donde Allende, Salvador de nombre y condición, cayó con toda la dignidad de la que careció su sucesor. Y ahí estaba devastadora la “mano firme” de Estados Unidos, esa “mano firme” cacareada por el dictador local, la "mano firme" que aplasta con siniestra frialdad, no dos torres, sino una nación entera. Implacable. También imagino la escena de aquellos días en Santiago y la mancha negra y ominosa extendiéndose con todo su hedor represivo por todo el país con sus 3.000 kilómetros de largo. Demoledor. Sigue la rueda apisonadora y en los noventa llega la “cruzada” contra Irak, una enorme lluvia de fuego caída del cielo. Los bebés, iraquíes ellos, que siguen naciendo sin cerebro 20 años después del ataque a su territorio como consecuencia del armamento estadounidense cargado de uranio empobrecido. La lista de los damnificados por la política exterior estadounidense es larga, muy larga. Pero todo depende de cómo se propaguen los dramas de cada cual. Y la propaganda es una maquinaria que se lubrica con dinero.



El solar de la Zona Cero. En el centro de la imagen, la entrada soterrada


El lugar donde se erigían las dos torres del World Trade Center



Rebobino hacia adelante para situarme en Neva York en el cuarto día de mi estancia en la Gran Manzana. Visito la Zona Cero -sublimación para los locales del terror por antonomasia- que resulta ser una inmensa torre de silencio y solemnidad en el que todavía colea el escalofrío medular que les produjo la entrada de los monstruos en su propia casa. Esta es, precisamente, una visita que realizo justo en la víspera de Halloween, fecha en la cual los yanquis trivializan con el miedo en forma de alegres saraos con disfraces al uso (el episodio que viví en el cementerio y en el interior de Trinity Church merecerá capítulo aparte en la próxima entrega). 
Uno se acerca a los restos del World Trade Center casi de puntillas. Impresiona el aire de gravedad que conserva la zona, donde se proyecta un espacio para el ocio y el comercio que esta construyéndose justo donde se ubicaban las Torres gemelas y que estaba previsto inaugurar en 2014. http://www.nuevayork.net/world-trade-center. La vuelta sin retorno la representa la entrada por un túnel hacia un inmenso espacio soterrado a modo de una gran galería espaciosa con paredes y techos blancos, inmaculados, con enormes paredes áureas cuya blancura sólo es rota por paneles de diseño simple y mensaje directo haciendo referencia a la tragedia en forma de nombres y números. Pasado ese trance, llega la salida a un exterior que bordea el solar sin que se pueda verlo. El visitante es conducido a través del vallado a un exterior despejado y desierto, de ambiente desolado y pesado, en el que las patrullas de policía advierten cuando se traspasa la zona vedada. Un muro que marca las fronteras infranqueables. 
Avanzo por el acceso minuciosamente marcado hasta rodear la Zona Cero sin verla y llego hasta un emplazamiento que presenta cierto bullicio y en el que se sitúa un pequeño edificio en el que se ubica la taquilla para pagar la entrada al solar.
En este punto, el visitante tiene que pagar 17 dólares para acceder al circuito, el círculo que rodea el solar que dejaron las Torres Gemelas. La taquillera me informa: “17 pouns”. Primero dudo y luego pregunto: ¿A qué va destinado ese dinero? Ella responde melancólicamente: “A las familias de los muertos en el ataque”. 
Me niego a pagar ese dinero y me despido de forma decidida y sin ver el solar. Rechazo el hecho de que uno tenga que verse obligado a subvencionar a unas víctimas y a otras no. Los estadounidenses tienen por lo menos la oportunidad de dignificar la memoria de sus muertos como les parezca, pero otro no tienen ni siquiera eso y se tienen que limitar a seguir su vida con el dolor de las pérdidas, sin el consuelo que supone la dignificación a través e la memoria y, por supuesto, con el drama continuo de los muchos años que llevan pagando todavía el tributo de los ataques sufridos por Estados Unidos. Y el sufrimiento que cae y caerá por parte del gigante yanqui que aplasta sin piedad con sus botas de acero y fuego. No. El terror sufrido por los estadounidenses el 11 -S es producto del ataque de un día, el terror que provoca su gobierno es el de los ataques sistemáticos día a día durante 100 años y el de un sistema económico imperialista que genera dramas y muerte. 
Algunas cifras, no todas, de los muertos en distintos países a consecuencia de guerra, intervenciones militares estratégicas y golpes de Estado provocados por los yanquis en todo el mundo, aparte de su participación en la Segunda Guerra Mundial y el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (con 150.000 muertos como consecuencia directa del ataque): Iraq (5.000.000 de muertos), Corea (2.000.000), Vietnam (1.000.000), Indonesia (700.000), Guatemala (150.000), El Salvador (30.000), Panamá (7.000), Argentina (30.000), Bolivia (30.000), Haití (40.000). La cifra incluye alrededor de 100.000 desaparecidos en estos países.
La guerra química empleada por los estadounidenses incluye la utilización de bombas de napalm o agente naranja en Vietnam, Laos y Camboya o el uranio empobrecido en Iraq y la exYugoslavia, o las fumigaciones con hongos venenosos en Colombia, Bolivia o Ecuador. Palestina es, ahora mismo, un “punto caliente” donde el genocidio israelí sobre la población palestina encuentra en Estados Unidos el aliado perfecto. Y, en próximas fechas, parece que las acciones represivas se extenderán a Siria.
Todo esto son solo las consecuencias directas de un sistema imperialista impuesto por Estados Unidos a nivel mundial y que genera muerte y sufrimiento, segundo a segundo, en todo el globo.
He acabado mi visita a la Zona Cero. Salgo de este perímetro silencioso para continuar con el bullicio dos calles más allá.




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