jueves, 16 de octubre de 2014

Postales (XI): Atopía [ Grand Central Terminal ]



En esta “atopía”, en este “no lugar”, en este “no destino” sino transición de destinos, la mente está lejos o cerca de aquí, pero siempre lleva afuera. La obligación de pasar por aquí convierte la estación en una jaula con dos puertas abiertas, una de entrada y otra de salida. Mientras, sólo existe el mero cumplimiento de un trámite.
Sin embargo, mi curiosidad rompe el “no lugar” para convertirlo en “lugar”. Ahora, la Grand Central Terminal es un destino de visita en sí mismo y decido subir las escaleras que conducen al restaurante y ganar unos metros de perspectiva. Frente a mi lucen los tres grandes ventanales rematados en arco con las tres grandes cifras que rememoran el centenario de la construcción del edificio sobre la vieja estación, en 1913.
La terraza a media altura constituye una interesante atalaya desde la cual se pueden observar con calma las pequeñas historias que confluyen en este cruce de caminos; deambulan viajeros que esperan al tren o a otros viajeros, unos nerviosos, otros relajados y otros cuantos se convierten en fantasmas agitados por el tiempo. Algunos acuden con prisa a adquirir el billete, otros se encuentran, un beso corto y salen juntos; o un beso más largo, un abrazo, retenidos el uno al otro en un doloroso no querer despedirse; o un par de corros, foráneos desubicados en busca de información en los paneles o que cruzan de un lado a otro hasta dar con la ventanilla que les corresponde; otros se mueven como flechas, peces en el agua. 
Todos coinciden en este pestañeo de la vida, en este intervalo entre latidos y la mayoría se cruzan, se rozan, quizá por única vez en sus vidas, apenas sin mirarse y sin reparar en que quizá hubieran podido ser grandes amigos o, quizá, grandes amantes. Porque quién sabe... Pero no hay tiempo. La tiranía del reloj no se detiene. Y cuando cae la noche, este espacio cerrado construye su propio firmamento nocturno y el techo aparece decorado con estrellas y constelaciones. Entonces, la Grand Central cierra un perfecto círculo de 24 horas sin descansar. Existe un mundo aquí, pero nada estable aquí, en este templo de lo fugaz. Todo fuera.

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