martes, 2 de septiembre de 2014

Nueva York: Divisiones

Desde el sur hacia el norte, todo empieza con un cúmulo de rascacielos en calles de trazado caótico, continúa en barrios bajos pero con el mismo entramado desordenado y finaliza en el centro de la isla con la presencia de los gigantes erigidos en riguroso orden, como fichas de dominó. Así, la evolución de sur a norte asemeja la pequeña madeja, el ovillo del que nace el conjunto urbanístico que se extiende hacia un norte ordenadamente tejido. 
El sur de Manhattan está formado por avenidas que pierden su orden en cuadrícula perfecta y también las numeraciones. El orden de las matemáticas del centro cede aquí a la composición más intrincada y las calles pasan a tener nombres propios en la zona financiera. Más arriba sucede lo mismo en barrios como Little Italy, Tribeca o Chinatown, aunque estos son espacios despejados en los que se vislumbra un doble horizonte de rascacielos a lo lejos, al sur y al norte. Son las divisiones de una ciudad mutante. 
El paso por la Avenida Bowery es fascinante. La arteria queda cruzada por Canal Street, frontera de los barrios chino e italiano y continúa hacia el norte hasta enlazar con la Cuarta Avenida, donde el paseante se sumergirá nuevamente en el enjambre de rascacielos. Al paso por Bowery el paisaje urbano es despejado y el observador goza de una doble vista panorámica de los gigantes de metal; al sur la zona financiera y al norte Midtown. Construcciones como el Empire States o el MetLife se convierten en referentes perfectos para adentrarse de una forma orientada en la selva de asfalto y metal del Midtown. Dos inmensos muros que abarcan el horizonte urbano, uno por detrás y otro por delante. En medio Bowery, donde el viajante avanza por un agradable claro del bosque neoyorquino.
Hacia el norte, la Quinta, Broadway o la 42 serán algunas de las más destacadas líneas principales en las que se abren multitud de lugares para conocer y contemplar. El resto de avenidas centrales, desde Park Avenue hasta la Séptima son, en su recorrido por Midtown, formidables pasillos que atraviesan desde el comienzo de Central Park en la 60 hasta el Parque Washington un poco más allá de la 8, un impresionante conglomerado de rascacielos que empequeñecen al visitante. Park Avenue, Madison Avenue, la Quinta, Avenida de las Américas y la Séptima son los corredores centrales que unen Midtown con Greenwich Village, Chelsea y East Village hacia el sur. 
La isla de veinte kilómetros de largo por siete en su punto más ancho soporta una población flotante diaria de 30 millones de personas. Avanzo entre una secuencia interminable de rascacielos y pienso en lo que se vería si fueran totalmente transparentes. Cubos plagados de personas, hombres y mujeres, avanzando por los pasillos, ocupando despachos, moviéndose arriba y abajo por los ascensores, circulando como millones de pequeñas células encerradas en ese organismo arquitectónico inamovible. ¿Quién soy yo? Un cuerpo extraño, una pequeña célula recientemente inoculada que circula sorprendida y maravillada entre este inmenso torrente de células perfectamente asimiladas en el gran titán neoyorkino; células asimiladas, células inmersas en la cotidianidad. Una célula boquiabierta entre millones de células anegadas en la rutina.

En el inmenso ajedrez, las figuras a un lado y a otro, la calle Bowery se sitúa en el centro despejado del tablero y ofrece una vista impresionante de los dos grupos de enormes fichas alineadas. En Bowery siempre es el comienzo de una nueva partida

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