miércoles, 26 de marzo de 2014

Postales (III): La ligereza de los rascacielos [ Atlanta. Georgia ]

Nueva York, Atlanta o Houston ofrecen una vista de rascacielos impresionante. Son los modernos gigantes de los campos urbanos que albergan grandes corporaciones, el nuevo enemigo de todo quijote justiciero con alma anti-neoliberal. Su presencia es poderosa, sólida; con sus profundas raíces de hierro y hormigón, más firmemente clavadas en el subsuelo cuanto más se estiran hacia el cielo. Conmueven su altura descomunal y el contraste frente a ese cielo, territorio de la nada que pretenden conquistar. De día aparecen como recortes opacos, inmensas muescas realizadas en el telón azul; de noche, como urbanos faros luminosos a este lado de la negrura del firmamento. En ambos momentos, la solidez del contraste. Sin embargo, existe una hora al atardecer en el que ese contraste se mitiga y los rascacielos vagan en un limbo, en el límite de lo visible y lo invisible. El cielo se apaga poco a poco y el rascacielos todavía no se ha engalanado con su luminoso traje nocturno. Entonces se funden en color, viene el abrazo entre el cielo y el rascacielos y el gigante metálico aparece etéreo, vaporoso, una inmensa columna fantasmagórica levemente flotante. Ha dejado de ser muesca y todavía no es faro, sólo es una ligera presencia en la frontera entre el día y la noche, entre lo visible y lo invisible. Por un momento aparece esa alteración de la realidad cotidiana, ese muro, con la grieta y, a través de ella, esa visión fantástica, apenas sugerida, del otro lado. El “otro” rascacielos, ligero como una pluma; un fantasma, una visión.



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